Fuimos en primer lugar a comprar los billetes para El Chepe y luego nos dimos una vuelta por el centro de la ciudad.
Como en todos los centros encontramos la Catedral, la zona comercial y los edificios históricos convertidos en museos o dependencias oficiales. El Palacio de Gobierno tiene unos patios preciosos donde van las parejas de boda o las quinceañeras (una costumbre muy mexicana) a hacerse las fotos.
Al día siguiente agua, mucha agua. Pasamos la mañana actualizando el blog y por la tarde, nuestros amables anfitriones, Óscar y Adrián, nos llevaron a dar una vuelta por la ciudad y a un sitio típico de allí, que es una antigua fábrica de cerveza reconvertida en un macrobar al aire libre.
Conforme avanzaba la vía hacia el oeste encontramos una sucesión de campos de frutales que parecía el bajo Cinca. Después entrando en la Sierra Madre pinos y valles verdes como si estuvieramos en Suiza. Nada que ver con la imagen que nos han dado siempre del norte de México.
Para darle más emoción al viaje, el tren descarriló 4 vagones en una estación y tardamos 3 horas en reemprender el camino.
A pesar de todo llegamos a Divisadero en un momento de cielo abierto que nos permitió disfrutar de unas vistas incomparables de la Barranca del Cobre.
Llegamos a Los Mochis a las 12 de la noche.
Al día siguiente fuimos a embarcar en el ferry al puerto de Topolobampo. Poco que reseñar de allí salvo el feroz ataque de los zancudos al atardecer. Nos salvó un maravilloso repelente que habíamos comprado en Alaska (marca Ben´s 98,11%Deet). Hasta que no embarcamos no dejó la gente de agitar brazos y bayetas para quitárselos de encima.
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